Recibe tu libro en solo dos días con tu cuenta de Amazon Prime.

Archivo del blog

sábado, 7 de marzo de 2015

El cerebro sí tiene sexo / IDEOLOGÍA DE GÉNERO Y DESESTRUCTURACIÓN DE LA PERSONA (Por: Prof. MARÍA CALVO CHARRO)



Fuente: academia (PUNTO) edu/8350547

MARÍA CALVO CHARRO
PROFESORA TITULAR DE DERECHO ADMINISTRATIVO

UNIVERSIDAD CARLOS III DE MADRID 
PRESIDENTA DE EASSE-ESPAÑA

LOS DERECHOS EMERGENTES DEL SIGLO XXI Y LA REGRESIÓN DEL CONCEPTO DE “SER HUMANO”

    "La diferencia sexual es esencial y penetra hasta los tuétanos. La personali- dad es, por lo tanto, nada, sin diferencia de sexo” (Feuerbach)

     Cumplidos más de 60 años desde la declaración universal de los derechos humanos de 1948, los derechos inalienables e imperecederos de la persona se ven amenazados por la propia organización que los consagró, que convertida en autora de una “nueva ética mundial” está comenzando a poner en tela de juicio las verdades antropológicas esenciales del ser humano, como es la alteridad sexual, asumiendo como correcta y universalmente válida la ideología de género, una ideología desestruturante de la sociedad y de la persona. 
     Ciertos grupos de presión con una poderosa influencia sobre esta organización pretenden incluso la modificación de la declaración inicial por una “nueva declaración de los derechos emergentes del siglo XXI”, entre los que se incluiría el derecho a la libre opción de género y de identidad sexual. Estos nuevos valores globales podrían llevar a una regresión en el concepto de ser humano si olvidamos las palabras pronunciadas por Benedicto XVI1, dirigiéndose a la Asamblea General de las Naciones Unidas, en la conmemoración del 60°Aniversario de la Declaración Universal: “Los derechos humanos se basan en la ley natural inscrita en el corazón del hombre y presente en las diferentes culturas y civilizaciones. Arrancar los derechos humanos de este contexto significaría restringir su ámbito y ceder a una concepción relativista, según la cual el sentido y la interpretación de los derechos podrían variar, negando su universalidad en nombre de los diferentes contextos culturales, políticos, sociales e incluso religiosos”.


     La Declaración Universal de 1948, reconoce en su art. (1) que: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos…”. (1)

(1) El art. 10. 1 de nuestra Constitución abre el título primero “de los derechos y deberes fundamentales” señalando que “la dignidad de la persona y el libre desarrollo de la personalidad” son “fundamento del orden y de la paz social. Se trata, como afirma Robles Morchón, de una declaración de contenido valorativo que ha de ser puesta en conexión con otros preceptos constitucionales. De este modo “el libre desarrollo de la personalidad” constituye el fundamento axiológico-normativo de otros derechos como el derecho a la educación que “tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad” (art.27.2 CE) y es la expresión concreta deaspectos parciales de la libertad general de acción, como sucede con la libre elección de centro docente por los padres.


En este sentido, no podemos perder de vista que la alteridad sexual forma parte esencial, inherente e innata del ser humano y que la personali-dad, en consecuencia, siempre será una personalidad femenina o masculina, en la medida en que el sexo es constitutivo de la persona (2),

(2) Vid. al respecto, Juan Pablo II; Audiencia General, 21.XI.79, n.1, Varón y mujer. Teología del cuerpo, 1995.

y no un mero atributo externo o diferencia fisiológica sin repercusión en el correcto y pleno desarrollo del ser humano. La sexualidad es una dimensión esencial de la persona. La feminidad o masculinidad se extiende a todos los ámbitos de su ser y se manifiesta en todas sus dimensiones: fisiológica, psicológica y espiritual. (3)

(3) Sin embargo, parte de la doctrina constitucionalista ignora o desprecia esta dualidad considerando que el derecho al desarrollo de la personalidad y la educación solo puede concebirse a partir de la negación absoluta de la existencia de diferencias entre los sexos y, en consecuencia, cuestionando la constitucionalidad de aquellos modelos educativos que atienden de forma específica a las peculiaridades que niños y niñas presentan en los procesos de aprendizaje. Vid. en este sentido, Benito Aláez Corral, El ideario educativo constitucional como fundamento de la exclusión de la educación diferenciada por sexo de la financiación pública, en la Revista de Derecho Constitucional, n.86, mayo-agosto, 2009, págs.31-64.

     El debate acerca del sexo como elemento constitutivo de la persona y sobre si la distinción entre varón y mujer determina su propia identidad ha pertenecido tradicionalmente al ámbito de la filosofía, la ética y la antropología. En el siglo XIX la sexualidad humana recibió un intenso tratamiento desde el punto de vista antropológico. Destacan en este sentido las investigaciones realizadas por Ludwig Feuerbach y por Freud sobre la condición sexuada del ser humano y sus consecuencias.      Como señala Castilla de Cortázar, el reto que presenta el conocimiento de lo que en profundidad es lo masculino y lo femenino y cuál es su enclave ontológico se inscribe en una vieja inquietud humana que ya constaba en el oráculo de Delfos: “Conócete a ti mismo”. (4)

(4)  B.Castilla de Cortázar, Lo masculino y lo femenino en el siglo XXI, en la obra colectiva: Retos de futuro en educación, ed: Ediciones internacionales universitarias, 2004, págs.87 y sgts.

Iguales en humanidad y dignidad

    Como punto de partida es indiscutible que hombre y mujer somos iguales en dignidad y humanidad. La sexualidad habla a la vez de identidad y alteridad. Varón y mujer tienen la misma naturaleza humana, pero la tienen de modos distintos, recíprocos. 
     La igual dignidad de varón y mujer hunde sus raíces en la tradición judeocristiana. Según el Génesis (Gn 1,27), Dios creó al hombre y la mujer a su imagen y semejanza;
“hombre y mujer los creó”. Y a ambos conjuntamente les planteó la tarea de generar descendencia, someter y dominar la tierra, imponiéndoles así una igualdad de cargas y responsabilidades (Gn 1,28).
     La humanidad se articula pues, desde su origen, sobre lo femenino y lo masculino. Humanidad sexuada creada a “imagen y semejanza de Dios”. Más adelante Dios, al considerar que el hombre no debe estar solo, crea a la mujer. No como subordinada, sino como complemento indispensable, sin el cual el hombre no sería tal. Por lo tanto, no existe una subordinación hombre-mujer en el proceso de creación, sino simultaneidad y complementariedad. En este sentido, la Iglesia católica parte del reconocimiento de la diferencia misma y sobre tal base habla de la “colaboración activa” entre el hombre y la mujer.      Esa unidad fundamental es la que enseñaba más tarde San Pablo a los primeros cristianos: Quicumque enim in Christo baptizati estis, Christum induistis. Nos est Iudaeus, neque Graecus: non es servus, neque liber: non est masculus,neque femina (Gal 3, 26-28); ya no hay distinción de judío, ni griego; ni de siervo, ni libre; ni tampoco de hombre, ni mujer. La masculinidad y feminidad son las dos formas, los dos modos fundamentales en los que se realiza la humanidad de la persona. La persona humana, antes de ser "griego o bárbaro, esclavo o libre, judío o gentil" es hombre o mujer. La humanitas es bi-forme. (5)

(5) Es la constitución relacional de la persona humana. Masculinidad y feminidad son el símbolo real de que la persona humana no es un individuo que "contrata" la relación con el otro, sino que está originariamente dentro en la relación con la otra persona. ¿Qué significa "símbolo real"? dos cosas. Significa una capacidad expresiva. El bi-formismo sexual es un lenguaje, porque el cuerpo es un lenguaje de la persona. Todo lenguaje lleva un significado. El significado que lleva la masculinidad/feminidad de la persona es un significado nupcial: no es para hundirse dentro de un enfrentamiento estéril solo con sí mismo, sino para una relación con el otro. Solo la existencia de una persona humana "otra", solo una verdadera y propia alteridad-diversidad es en grado de llevar visiblemente el significado de comunión de la existencia humana. (C.Caffarra, Hombre o mujer: ¿realidad o elección? 2009)

      Merece la pena recordar al respecto la profundización que Juan Pablo II realizó en su Carta Apostólica «Mulieris dignitatem»sobre las verdades antropológicas fundamentales del hombre y de la mujer, en la igualdad de dignidad y en la unidad de los dos, en la arraigada y profunda diversidad entre lo masculino y lo femenino, y en su vocación a la reciprocidad y a la complementariedad, a la colaboración y a la comunión (Cf. n. 6). (6)

(6) Como señala Juan Pablo II, el "genio de la mujer" se puede traducir en una delicada sensibilidad frente a las necesidades y requerimientos de los demás, en la capacidad de darse cuenta de sus posibles conflictos interiores y de comprenderlos. Se la puede identificar, cuidadosamente, con una especial capacidad de mostrar el amor de un modo concreto, de "acoger al otro"Hacía hincapié además Juan Pablo II en que en el Cristianismo, más que en cualquier otra religión, la mujer tiene desde los orígenes un estatuto especial de dignidad, del cual el Nuevo Testamento da testimonio en no pocos de sus importantes aspectos (...); es evidente que la mujer está llamada a formar parte de la estructura viva y operante del Cristianismo de un modo tan prominente que acaso no se hayan todavía puesto en evidencia todas sus virtualidades” (Cf.“Mulieris dignitatem”, n.1).

     La persona es, como dijera Santo Tomás de Aquino, “lo más noble y digno que existe en la naturaleza”. No hay mayor dignidad que la de ser hijos de Dios. El Concilio Vaticano II así lo afirma reiteradas veces: “El hombre tiene hoy una conciencia cada vez mayor de la dignidad de la persona humana” (7)

(7) Concilio Vaticano II, Constitución Gaudium et spes, parte 1, cap. 1, nrs. 12-22; Declaración Dignitatis humanae, Preámbulo, sobre la Libertad Religiosa.

   Un elemento de importancia primordial para la construcción de la paz es el reconocimiento de la igualdad esencial entre las personas humanas, que nace de su misma dignidad trascendente. (8)

(8) Mensaje de Benedicto XVI para la Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 2007.

Iguales en Derechos

     En relación con los derechos fundamentales de la persona –y sus correlativos deberes- en los países desarrollados (pues todavía es largo el camino por recorrer a favor de las mujeres en los países en vías de desarrollo) existe una igualdad al menos formal entre hombre y mujer. No obstante, no podemos dejar de reconocer que todavía queda mucho por hacer. Así, las mujeres deberían recibir más apoyo institucional, administrativo, político y social para poder compatibilizar de forma equilibrada su vida laboral y una maternidad plena. Y sin duda los hombres deberían implicarse a fondo en las tareas del hogar y en la fundamental misión de la crianza y educación de los hijos.


    Sin embargo, ciertos sectores ideológicos al mismo tiempo que se esfuerzan por reconocer los mismos derechos y deberes a hombres y mujeres niegan radicalmente la existencia de cualquier diferencia asociada al sexo. De este modo, transforman la igualdad en un igualitarismo masificador neutralizante de los sexos que no hace sino perjudicar a ambos. Actualmente existe la idea arraigada en la sociedad y en las más altas instancias políticas de que el ser humano es neutro sexualmente, que nace como una hoja en blanco en la que las experiencias de la vida y la educación configuran su tendencia u orientación sexual. Se niega radicalmente que el sexo sea constitutivo de la persona y no se admite la existencia de un dimorfismo sexual con trascendencia en la vida diaria. Se considera que la naturaleza no aporta nada al ser humano, sino que es únicamente por medio de la cultura y la educación como se elaboran los estereotipos sexuales, los roles que es preciso deshacer en pro de una igualdad absoluta entre hombres y mujeres, solo diferentes en sus atributos externos o fisiológicos.

La ideología de género o la deconstrucción de la persona y la sociedad

    La neutralidad sexual ha alcanzado en los últimos años su punto álgido con la implantación generalizada de la denominada ideología de género. La palabra sexo ha resultado sustituida con sutilidad por la expresión “género”, actualmente enclavada en el discurso social y político contemporáneo, integrada en la planificación conceptual, en el lenguaje, en los documentos y también en lasnormas legales. Sin embargo, tras este aparente “desliz” gramatical existe una intencionada finalidad política meticulosamente premeditada. Algo que no es nuevo, pues, como señaló Lewis, en “La abolición del Hombre”, la invención de ideologías, llega a afectar incluso a nuestro lenguaje, ocultando el verdadero significado de lo que hay en juego. (9)

(9) El nuevo lenguaje mundial tiende a excluir palabras pertenecientes específicamente a la tradición judeocristiana, como, por ejemplo: verdad; moral; conciencia; virginidad; castidad; madre; padre; justicia; pecado; mandamiento; caridad.

     En este caso, la intención oculta sería el intento de un cambio cultural gradual, la denominada “de-construcción” de la sociedad por medio de la destrucción de la bipolaridad entre los sexos y la proclamación de la inexistencia de masculinidad y feminidad, en beneficio de una neutralidad absoluta en todos los planos de nuestra vida, privada y pública. Se utiliza un lenguaje ambiguo que hace parecer razonables los nuevos presupuestos éticos. La meta consiste en “re-construir” un mundo nuevo y arbitrario que incluye, junto al masculino y al femenino, también otros géneros en el modo de configurar la vida humana y las relaciones interpersonales.
     Los ideólogos de género presuponen que ambos sexos son idénticos – abstracción hecha de sus diferencias corporales externas- y que la feminidad y masculinidad son construcciones sociales, productos de la cultura y la educación, que es preciso eliminar por completo para garantizar una verdadera igualdad en todos los planos de la vida, incluido el reproductivo y biológico. Con tal fin, se desprecia la maternidad y, en consecuencia, se desestabiliza la familia como institución social.  (10)

(10) El feminismo de género ha encontrado favorable acogida en un buen número de importantes Universidades donde se pretende elevar los “Gender Studies” a un nuevo rango científico.

     Consideran los ideólogos que el ser hombre-el ser mujer en el sentido de la propia configuración personal es, y debe ser exclusivamente fruto de la libertad que, en el proyectar esta configuración, no tiene ninguna referencia "natural". La única instancia competente que responde a esta pregunta: "quién es el hombre -quién es la mujer", "qué sentido tiene el ser hombre - el ser mujer", es la libertad de la persona. (11) (11) Carlo Caffarra. Hombre o mujer: ¿realidad o elección? Brescia, 21 Junio 2008. Si el ser-varón o el ser-mujer no gozan de un sentido real u objetivo, sino que poseen el significado que cada cual les atribuye, no se ve porqué debe llamarse matrimonio únicamente a la unión entre un varón y una mujer. En su mismo núcleo, la sexualidad tiene el significado que cada uno decide otorgarle. (12)

(12) Carlo Caffarra, Primer Presidente del Instituto Giovanni Paolo II, Apuntes para una metafísica de la educación, METAFÍSICA Y PERSONA, Filosofía, conocimiento y vida, Año 1 – Julio2009 – Número 2, pp. 3-16, Università di Bologna.

     La ideología de género es una ideología desestructuradora de la identidad personal,  (13) (13) T. Anatrella, La diferencia prohibida, ed: Encuentro, Madrid, 2008, págs. 294 y sgts. que fue introducida en las Naciones Unidas en un primer momento como una política medioambientalista que buscaba la reducción del crecimiento demográfico mediante el fomento del denominado “sexo ecológico”, en definitiva, de las relaciones homosexuales. En la India (Bangalore, 1992) la reunión de un grupo de expertos sobre planificación, salud y bienestar familiares, adoptó la siguiente recomendación: “Para ser efectivos a largo plazo, los programas de planificación familiar deben buscar reducir no sólo la fertilidad dentro de los roles de género existentes, sino más bien cambiar los roles de género a fin de reducir la fertilidad”.

     Esta visión se afianzó después en los encuentros del Cairo (Conferencia Mundial sobre Población y desarrollo, 1994) y de Pekín (Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer, Beijing, 1995) infligiendo a las mujeres un nuevo golpe en su identidad en cuanto tales mujeres, aunque afirmen que la finalidad es proteger su dignidad como personas. Esta última fue el escenario elegido por los promotores de la nueva perspectiva para lanzar una fuerte campaña de persuasión y difusión. Allí se expuso la ideología de género como la forma de liberar a las mujeres de los roles impuestos en el ámbito biológico. Los nuevos conceptos son ya omnipresentes, y la organización de las Naciones Unidas ha sido el principal catalizador de estos cambios mundiales, erigiéndose en “autoridad moral universal”, imponiendo unos valores globales que presupone válidos y justos, creando una nueva “ética mundial”, un nuevo orden social incuestionable a pesar de su falta de fundamentación antropológica. (14)

(14) Vid. al respecto el documento de M.A. Peeters, La nueva ética mundial, ed: Institute for Intelectual Dialogue Dynamics, 2006.

     El Derecho se ha convertido en un mero reproductor de las pautas éticas planteadas desde Naciones Unidas, erigida en la nueva autoridad moral de la globalización. La consecuencia es la desprotección de la persona como hombre y como mujer, con sus específicas características, inquietudes, prioridades, necesidades y exigencias vitales.

Ciencia frente a ideología

    Los más recientes avances en la tecnología de la imagen y en la investigación médica, reconocen la existencia de diferencias sexuales en el cerebro que posteriormente ejercerán una innegable influencia en el comportamiento de la persona, según sea varón o mujer. Estos descubrimientos echan por tierra la basesobre la que se asienta toda la ideología de género: la inexistencia de diferencias entre los sexos debidas a la naturaleza o biología. 
     Los últimos avances de la neurociencia establecen una conexión incontrovertible entre cerebro, hormonas y comportamientos. Sandra Witleson, neuro científica conocida por los estudios que realizó en la década de los noventa sobre el cerebro de Einstein, afirma con rotundidad:
“el cerebro tiene sexo”. Hombres y mujeres salen del útero materno con algunas tendencias e inclinaciones innatas, no nacen como hojas en blanco en las que las experiencias de la infancia marcan la aparición de las personalidades femenina y masculina, sino que, por el contrario, cada uno tiene ciertas dotes naturales. (15)

(15) El doctor Hugo Liaño, Jefe del servicio de neurología de la Clínica Puerta de Hierro, considera que “en la octava semana de gestación del feto se originan diferencias cerebrales provocadas por la testosterona en los hombres y los estrógenos en las mujeres”. El catedrático en fisiología, Francisco José Rubia, Director del Instituto Pluridisciplinar de la Universidad Complutense, afirma que la naturaleza produce dos sexos con cualidades cognitivas diferentes. Cuando se nace con un cerebro –masculino o femenino- ni la terapia hormonal, ni la cirugía, ni la educación pueden cambiar la identidad del sexo”. Para la neuróloga María Gudín “la persona humana, es hombre o mujer, y lleva inscrita esa condición en todo su ser. Cada célula, órgano y función son sexuados. También nuestro psiquismo. Y esto va a afectar al comportamiento decada ser humano
”. El Catedrático en psicología, Serafín Lemos, mantiene con rotundidad: “En cuanto a inteligencia, no hay diferencias entre hombres y mujeres”. El Director del Instituto de Neurociencia de la Universidad Autónoma de Barcelona, especialista en inteligencia emocional, Ignacio Morgado, ante la pregunta: “¿podría ser que, además de las influencias culturales y educativas, el cerebro de la mujer procese las emociones de manera diferente al hombre?”, contestó: “Todo parece indicar que sí”. Datos extraídos de la Jornada “Cerebro y Educación. Diferencias sexuales y aprendizaje”, celebrada el 8 de noviembre de 2008, en la Fundación Garrigues, Madrid, organizada por EASSE, con la colaboración de la Fundación Abaco y Fundación Retamar.

     La diferenciación sexual es un proceso enormemente complejo que comienza muy temprano, en el desarrollo del embrión, aproximadamente en la octava semana de gestación, debido a la combinación de nuestro código genético y de las hormonas que liberamos y a las que estuvimos expuestos en el útero. Estos esteroides se encargarían de dirigir la organización y el "cableado" del cerebro durante el periodo de desarrollo e influenciarían la estructura y la densidad neuronal de varias zonas. 
      Nacemos con un cerebro sexualizado que determinará una personalidadmasculina o femenina, teniendo cada una de ellas, como promedio, una serie de rasgos característicos y específicos. De manera que, mantener que el hombre y la mujer son los mismos en aptitudes, habilidades o conductas, es construir una sociedad basada en una mentira biológica y científica. 
     En definitiva, en palabras de Louann Brizendine, neuropsiquiatra de la Universidad de Columbia, “No existe un cerebro unisex. Si en nombre de la corrección política intentamos refutar la influencia de la biología en el cerebro, empezaremos a combatir nuestra propia naturaleza”. (16)

(16) Vid. al respecto el libro de L. Brizendinne, El cerebro femenino, ed: RBA, 2007.

Naturaleza y cultura

   Sin embargo, es evidente que la naturaleza puede ser influenciada por la educación y la cultura. No podemos dejarnos llevar por un predeterminismo biológico que negaría el libre albedrío de la persona. No todo es naturaleza. La educación juega asimismo un papel fundamental en el equilibrado desarrollo de la personalidad femenina y masculina por medio de la potenciación de las virtudes y aptitudes peculiares de cada sexo y por medio asimismo del encauzamiento de aquellas tendencias innatas que podrían dificultar una justa igualdad y un correcto desarrollo personal. Por ello, aquellos métodos docentes que aprecien, valoren y concedan el tratamiento adecuado a las especificidades propias de cada sexo en la escuela serán sin duda los más adecuados para lograr el equilibrio personal y humano que todo niño precisa para alcanzar una madurez responsable y, en consecuencia, libre y feliz. 
     En palabras de Benedicto XVI:La naturaleza humana y la dimensión cultural se integran en un proceso amplio y complejo, que constituye la formación de la propia identidad, donde ambas dimensiones, la masculina y la femenina, se integran y complementan…”.

 El Estado, cómplice de la desestructuración personal
     Si persistimos en la negación de las evidencias científicas, las consecuencias de esta indiferenciación sexual serán nefastas para el entramado completo de la sociedad, pues, como afirma Anatrella, cuando la sociedad pierde el sentido de una de las variantes humanas, como la diferencia sexual que funda y estructura a la vez la personalidad y la vida social, no puede sorprendernos constatar  la alteración del sentido de la realidad y de las verdades objetivas. 
     Las leyes que favorecen lo indiferenciado, destruyen la base antropológica sobre la que se asienta nuestra sociedad. Se ha perdido la idea de una “verdad” sobre el hombre cuya psicología se muestra fragmentada e impulsiva, carente de todo vínculo social. En esta situación nos vemos obligados a defendernos frente a la propia ley que ha perdido su dimensión universal y que confunde la verdad objetiva con la verdad individual y subjetiva. En este tipo de leyes al relativismo moral se une un radical positivismo jurídico, pues, a pesar de ser claramente perjudiciales para el desarrollo integral de la persona, al atentar contra su propiaesencia –el sexo es “constitutivo” de la persona- se consideran justas por el mero hecho de haber sido aprobadas por el Estado. En definitiva, lo importante, como dijera Luhmann, es la funcionalidad de la norma, y no la rectitud de sus contenidos. 
     Cuando desde el poder público se siguen tomando las decisiones sin buscar coherencia alguna con los fundamentos antropológicos del sentido del hombre que se han construido a lo largo de los siglos, el Estado pierde su función primigenia y deja de ser el garante del bien común. Cuando el Estado desprecia aquellos valores que se apoyan sobre fundamentos antropológicos, se convierte simplemente en el gestor de reivindicaciones y tendencias dispersas, expresadas por grupos de presión o individuos -vemos actualmente la fuerza inmensa de los lobbies dehomosexuales; feministas radicales y abortistas- perdiendo de este modo su credibilidad. El Estado no puede erigirse en poseedor del sentido último. No puede imponer una ideología global, ni una religión (tampoco laica), ni un pensamiento único. (17) (17) En busca de una ética universal: una nueva mirada sobre la ley natural. Documento de la Comisión Teológica Internacional sobre la ley natural, 2007. Y el Derecho no puede ignorar las verdades científicas elementales pues, como afirma Sánchez-Ostiz, “No respetar la lógica da lugar a enunciados insostenibles (ex falso sequitur quodlibet); construir conceptos normativos de espaldas a la ciencia da pie a enunciados disfuncionales y anacrónicos”. (18)

(18) Sánchez-Ostiz, Revista Electrónica de Ciencia Penal y Criminología, ¿Tienen todos derecho ala vida? Bases para un concepto constitucional de persona, 2009.

     Los datos de la biología son para el jurista un referente o límite, puesto que delimitan un marco dentro del cual es razonable emitir un juicio o tomar una decisión normativa.

Conclusión. La verdadera revolución sexual o el reconocimiento de la alteridad.

     En los últimos años la sociedad ha ido perdiendo sus dimensiones universales y sus fundamentos antropológicos. Las mujeres han logrado una igualdad al menos formal al precio de perder su feminidad y los hombres se avergüenzan de una masculinidad que hoy es despreciada por una sociedad que prefiere los modelos femeninos de conducta y comportamiento.
    La pérdida de la esencia femenina implica necesariamente un menosprecio así mismo hacia la esencia masculina. De este modo maternidad y paternidad son palabras sin sentido. La negación de la diferenciación sexual conduce a la identificación de las relaciones homosexuales con las heterosexuales, incluso desde el punto de vista legal, sin haber calibrado detalladamente las consecuencias de tal medida. 
     En nombre de la libertad máxima del ser humano se niega de forma radical toda posible influencia de la naturaleza. "Los debates sobre naturaleza y libertad siempre han acompañado la historia de la reflexión moral. La época contemporánea está marcada, si bien en un sentido diferente, por una tensión análoga. Como si la dialéctica -e incluso el conflicto- entre libertad y naturaleza fuera una característica estructural de la historia humana" (Encíclica Veritatis Splendor)

     Sin embargo, la ciencia nos muestra algo bien distinto: la alteridad sexual es parte inherente a la persona. En consecuencia, el derecho al pleno desarrollo de la personalidad, implicará el derecho al pleno desarrollo de la esencia femenina y masculina que constituye a cada ser humano, mujer y varón. 
     Hombres y mujeres somos iguales en derechos, deberes, dignidad, humanidad y, como ha demostrado la ciencia, también en promedio de inteligencia.

En la sociedad actual es de justicia que las mujeres se realicen profesionalmente hasta donde ellas deseen y que los hombres se comprometan a fondo en la crianza, educación de los hijos y labores del hogar. Pero este arduo y dificultoso camino hacia la igualdad no debe suponer nunca la negación de nuestras diferencias, de nuestras especificidades en cuanto hombre y mujer. El empeño por negar las diferencias llena nuestras relaciones de conflictos, tensiones y frustraciones. A fin de mejorar las relaciones entre los sexos es preciso llegar a una comprensión de nuestras diferencias que aumente la autoestima y la dignidad personal. 
     La revolución del 68 que implantó la indiferenciación sexual abrió la puerta a la desintegración personal, a la deconstrucción de la persona y la sociedad y a la destrucción de sus fundamentos antropológicos esenciales. Sin embargo, la verdadera revolución sexual está por llegar y será aquella que, recobrando los fundamentos antropológicos esenciales del ser humano y sustentándose en los descubrimientos científicos que demuestran la existencia de un dimorfismo sexual innato, reconozca la existencia de diferencias inherentes e innatas entre hombres y mujeres, diferencias que pertenecen a la naturaleza y que son la esencia del ser humano, hombre y mujer. Diferencias que lejos de separarnos nos complementan, equilibran y enriquecen, haciéndonos más plenos como personas y en consecuencia, más libres y felices. 
    La mujer y el hombre, cada uno desde su perspectiva, realiza un tipo de humanidad distinto, con sus propios valores y sus propias características y sólo alcanzará su plena realización existencial cuando se comporte con autenticidad respecto de su condición, femenina o masculina. 
  Existen una serie de verdades antropológicas fundamentales del hombre y de la mujer: la igualdad de dignidad y en la unidad de los dos, la arraigada y profunda diversidad entre lo masculino y lo femenino, y su vocación a la reciprocidad y a la complementariedad, a la colaboración y a la comunión. Esta unidad dual del hombre y de la mujer se basa en el fundamento de la dignidad de toda persona, creada a imagen y semejanza de Dios, quien «les creó varón y mujer» (Génesis 1,27), evitando tanto una uniformidad indistinta y una igualdad estática y empobrecedora, como una diferencia abismal y conflictiva. (19)
(19) Vid al respecto: Juan Pablo II, Carta a las mujeres, 8; 1995. Juan Pablo II, 15 de agosto de 1988, exactamente hace veinte años, carta apostólica «Mulieris dignitatem». Discurso deBenedicto XVI a los participantes en el congreso internacional «Mujer y varón, la totalidad del humanum», celebrado en Roma del 7 al 9 de febrero 2008.

  Ciertamente se necesita una renovada investigación antropológica que, basándose en la gran tradición cristiana, incorpore los nuevos progresos de laciencia y las actuales sensibilidades culturales, contribuyendo de este modo a profundizar no sólo en la identidad femenina, sino también en la masculina, quecon frecuencia también es objeto de reflexiones parciales e ideológicas. 
    La relación hombre-mujer en su respectiva especificidad, reciprocidad y complementariedad constituye, sin duda, un punto central de la «cuestión antropológica», tan decisiva en la cultura contemporánea. 
   Es hora pues de recuperar lo perdido, exigiendo la devolución de nuestra integridad y dignidad femenina y masculina. Algo, sin lo cual, ningún ser humano, hombre o mujer, puede alcanzar el equilibrio personal y, por lo tanto, la felicidad, pues, como afirma Allison Jolly, primatóloga de la Universidad de Princeton, “sólo comprendiendo su verdadera esencia, la mujer (y asimismo el hombre) podrá tomar el control de su vida”.
 Cada hombre, cada mujer, es un ser único e irrepetible, un ser humano que solo alcanzará su plenitud si tenemos en cuenta que el sexo –femenino o masculino- no es algo accidental, sin trascendencia alguna, sino que es plenamente constitutivo de su persona. Y el Derecho debe adaptarse a esta realidad científica y despreciar las ideologías que lo enturbian, corrompen y transforman en instrumento favorable a unas minorías que perjudican el bien común. Las leyes positivas pueden, es más, deben cambiar para permanecer fieles a su propia vocación. En efecto, por una parte, existe un progreso de la razón humana que, poco a poco, es más consciente de lo que se adapta mejor al bien de la comunidad, por otra parte, las condiciones históricas de la vida de las sociedades se modifican (para bien o para mal) y las leyes se deben adaptar. Así el legislador debe determinar lo que es justo en el momento concreto de las situaciones históricas. (20)

(20) Cfr. Tomás de Aquino, s.,Summa theologiae, Ia-IIae, q. 97, a. 1. Para San Agustín, el legislador, para hacer una buena obra, debe consultar la ley eterna; cfr Agustín, s.,De verareligione, XXXI, 58 [Corpus christianorum, series latina, 32, 225]: «El legislador temporal, si essabio y bueno, consulta a la ley eterna, que ningún hombre puede juzgar, para que de acuerdocon sus normas inmutables pueda reconocer aquello que en ese momento conviene mandar o prohibir (Conditor tamen legum temporalium, si vir bonus est et sapiens, illam ipsam consulitaeternam, de qua nulli animae iudicare datum est; ut secundum eius immutabiles regulas, quidsit pro tempore iubendum vetandumque discernat)». En una sociedad secularizada, en la que notodos reconocen la señal de esta ley eterna, la búsqueda, la defensa y la formulación del derecho natural mediante la ley positiva garantizan la legitimidad.

Como afirma el Santo Padre, Benedictio XVI, "Cuando la Iglesia habla de la naturaleza del ser humano como hombre y mujer y pide que se respete este orden de la creación no está exponiendo una metafísica superada". Es urgente devolver al Derecho y a la sociedad los fundamentos antropológicos extirpados; necesitamos recobrar los puntos esenciales de referencia, empezando por la alteridad sexual para “re-humanizar” el ordenamiento jurídico y devolver a la persona humana -hombre y mujer- al centro de gravedad de la tarea legislativacomo le corresponde, acabando con el relativismo jurídico que, paralelo al relativismo moral, impregna la regulación de los últimos años.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

VEA MAPAS ANTIGUOS DEL MUNDO EN: https://htraetalf.blogspot.com/2023/04/mapas-antiguos-del-mundo.html?m=0