Fuente: alertadigital (PUNTO) com/2013/05/17/el-23-de-los-ninos-criados-por-padres-homosexuales-sufren-abusos-sexuales/
BD.- El lobby homoparental se apoya sobre estudios que, en su casi totalidad, no son más que seudo científicos. La intoxicación está suficientemente bien hecha para que todo el mundo se convenza de que estos estudios prueban que los niños criados por padres homosexuales se portan bien. Sin embargo, sólo basta tomarse el trabajo de verificar la naturaleza de los trabajos citados para entender sus debilidades metodológicas y sus manipulaciones en cuanto a la elección de los grupos estudiados.
Maurice Berger es profesor de sicopatología del niño, jefe de servicio de siquiatría en el Centro Hospitalario Universitario de Saint-Étienne y miembro de varias comisiones interministeriales para la protección de la niñez en Francia. Para el profesor Berger, “el lobby homoparental utiliza un método sencillo: el engaño”. Es imposible imaginar menos objetividad en las publicaciones existentes sobre este tema. “No difference”: esa es la eterna conclusión del conjunto de los trabajos comparativos del desarrollo síquico de los niños criados por parejas homosexuales y heterosexuales. Sin embargo, la casi totalidad de esos trabajos no utilizan métodos científicos rigurosos. Son estudios claramente militantes basados en la palabra de los “padres” (la mayoría de las veces se trata de voluntarios, no elegidos al azar, reclutados por los lobbies homosexuales), ausencia de grupos de comparación, comparaciones con niños provenientes de parejas heterosexuales pero criados en familias recompuestas u homoparentales, efectivos estudiados insuficientes… En definitiva: trabajos que coleccionan defectos metodológícos tan groseros que deberían ser desechados por cualquier comité de lectura digno de ese nombre.
Pero no sólo es el carácter erróneo de los trabajos esgrimidos por los lobbies lo que hay que poner en el expediente contra la homoparentalidad. Un estudio publicado el verano pasado cuestiona radicalmente la línea oficial que prevalece actualmente, que acredita que la tesis según la cual no haría ninguna diferencia en términos de salud mental entre los niños criados por parejas homosexuales y aquellos que lo son por parejas heterosexuales.
Las investigaciones del profesor Mark Regnerus de la Universidad de Texas destruyen el discurso vigente apoyándose sobre el examen de 3.000 niños crecidos en el seno de 8 estructuras familiares diferentes a partir de 40 criterios sociales y emocionales. Los resultados más positivos conciernen a los adultos provenientes de familias “tradicionales”, los cuales manifiestan sentirse más felices, gozan de mejor salud mental y física y consumen menos drogas que los demás.
A la inversa, los niños criados por lesbianas son los que peor estado presentan, con un aumento estadístico inquietante de depresiones en ese grupo. Los adultos provenientes de ese grupo dicen haber sido a menudo víctimas de abusos sexuales (23% contra 2% entre los niños de parejas heterosexuales casadas) y sufren de precariedad económica (69% dependen de prestaciones sociales contra 17% de los criados por su padre y su madre).
¿Por qué un tal divergencia de resultados en esos estudios de psicología comportamental? La explicación la ofrece la calidad del trabajo de Regnerus, que arroja indirectamente una luz cruda sobre los errores metodológicos de los precedentes estudios. El profesor tejano ha tenido mucho cuidado en efectuar su encuesta sobre un gran número de adultos, al contrario de los antiguos trabajos que se limitan a muestras ridículas por su tamaño. Además, Regnerus apoya sus conclusiones sobre las respuestas de los propios interrogados y no sobre los datos aportados por sus “padres”.
Después del análisis del conjunto de las respuestas, la conclusión del profesor Mark Regnerus es indiscutible: el modelo familial que reposa sobre “la unión conyugal estable del padre y la madre biológica (cada vez más parecida a una especie en peligro) sigue siendo el entorno más seguro para el desarrollo del niño”. Todas las demás combinaciones, según el universitario norteamericano, causa un prejuicio a largo término en el equilibrio del niño, sean cuales sean las cualidades humanas y educativas de los homosexuales, que nadie pone en tela de juicio aquí.
Meterse en otra vía que no sea el “modelo familial tradicional” (pareja conyugal heterosexual estable) equivale a negar frontalmente el principio reconocido por la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño, según el cual el interés superior de éste (la parte más débil y sin defensa) debe pasar siempre por delante de cualquier otra consideración.
Esta publicación, que confirma lo bien fundado de la estructura ética y antropológica de la alianza conyugal entre un hombre y una mujer para asegurar el pleno desarrollo del niño, no puede ser silenciado por más tiempo, ante la legalización del matrimonio homosexual en algunos países y su próxima implantación en otros, lo que abre la posibilidad de la adopción por las las parejas homosexuales.
El deber de los gobiernos consiste en verificar la fiabilidad de los trabajos en los que se apoyan los lobbíes homosexuales y darle el lugar que le corresponde al saber y a la ciencia y no a los estudios tendenciosos y amañados de los grupos que militan por los objetivos de grupos exclusivamente motivados por lo que ellos consideran sus derechos. Es necesario un debate a fondo, pues en este tema ¿quién se preocupa del interés de los niños?
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